Sissa y el rey Iadava

Leyendas recopiladas por José Ant. Moya
para ajedrezmarmenor.es

Cuenta la leyenda que en tiempos remotos vivía en la India, en la apartada región de Taligana en el valle del Indo, y data del siglo VI D.C., un generoso Rey llamado Iadava, quien había perdido en reciente batalla a su hijo, el príncipe Adjamir.

La tristeza y la angustia invadió al Rey sumiéndolo en un profundo estado de melancolía que le separó de la vida pública de su provincia; el Rey no entendía porque habiendo ganado la batalla, su hijo el príncipe debió perder la vida.

Sus ministros y cortesanos hicieron lo imposible por distraer a su Rey; bufones, malabaristas, adivinos y afamados músicos y bailarines desfilaron ante el acongojado Rey; todo sin resultado positivo.

Enterado de ello, un modesto joven llamado Sissa Ben Dari, del pueblo de Lahur, se dedicó a crear un juego tan interesante que pudiera distraerlo de sus múltiples pesares, le hiciera comprender los errores de su campaña militar y le abriera nuevamente el corazón a la alegría.

Presentado ante el atribulado soberano, Sissa procedió a abrir una caja en la que guardaba un hermoso tablero de 64 casillas y un juego de piezas de madera tallada. Seguidamente, explicó a su Rey que se trataba simplemente de un juego en el que participaban dos personas, quienes tendrían a su disposición dos ejércitos; cada uno de ellos igualmente constituido por la infantería, (integrada por ocho piezas pequeñas llamadas peones); dos elefantes (artillería pesada), dos caballos (caballería), dos visires (consejeros) y una reina con su rey.

Tan sencilla y clara fue la presentación que pocas horas después el rey conocía ya las reglas básicas del invento de Sissa, el juego de ajedrez, y se animaba a invitar a sus ministros para jugar partidas donde estos pudieran exhibir su inteligencia y talento militar.

Estas primeras partidas fueron muy provechosas porque le enseñaron sobre la necesidad de planificar las acciones, la de luchar permanentemente por el logro de los objetivos y de sacrificar en ocasiones cosas valiosas en pro del bienestar de la mayoría. Además, aprendió sobre los errores cometidos en combate permitiéndole compender la importancia de la muerte de su hijo, el príncipe Adjamir, en la victoria obtenida para la sobrevivencia del reino de Taligana.

Días después, muy entusiasmado el Rey Iadava comenzó a incorporarse a la vida pública, a atender los asuntos de estado y las necesidades de su pueblo. El rey que era inmensamente rico ofreció al joven que le dijera lo que quería de premio por haberle devuelto las ganas de vivir a lo cual el joven rehusó. El rey que no estaba acostumbrado a que le contradijeran le exigió que aceptara su regalo estando dispuesto a regalarle la mitad de su reino o la mano de su hija.

Sissa entonces para darle al rey una lección de humildad, solicitó que le fuera concedido un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera y seguir así doblando la cantidad hasta totalizar las 64 casillas del tablero. En un principio, el rey se rió de él por lo poco que pedía y por lo mucho que podría haberle dado y le dio la oportunidad de pedir algo más pues poco le parecía a la vez que, con una amplia sonrisa, pedía a sus ministros que dieran a Sissa el trigo solicitado.

Pero esa sonrisa burlona no le duró mucho tiempo, ya que pronto sus consejeros le advirtieron de que lo que le había pedido el inventor no se lo podían conceder, pues no había granos suficientes en todo el reino, ya que la cifra ascendía a 18.446.744.073.709.551.615 granos de trigo, los cuales tardarían en ser recogidos 1.173.055.797 siglos plantando de trigo todos los campos del reino.

Esta leyenda continúa narrando que el rey y su corte se quedaron estupefactos ante los cálculos estimados, y éste, por primera vez, se veía ante la imposibilidad de cumplir una promesa. Acto seguido, Sissa renunció públicamente a su pedido y llamó la atención del monarca con estas palabras: «Los hombres más precavidos eluden no sólo la apariencia engañosa de los números, sino también la falsa modestia de los ambiciosos (...). Infeliz de aquel que toma sobre sus hombros los compromisos de honor por una deuda cuya magnitud no puede valorar por sus propios medios. Más previsor es el que mucho pondera y poco promete». Estas inesperadas y sabias palabras quedaron profundamente grabadas en el espíritu del rey, el cual, olvidando la montaña de trigo que le prometió al joven brahmán, lo nombró su primer ministro.

Concluye la leyenda diciendo que Sissa, al tiempo que distraía al rey con ingeniosas partidas de ajedrez, le orientó también con sabios y prudentes consejos, ayudándolo a prestar los más grandes servicios a su pueblo.