Una de las leyendas más famosas nos
sitúa el nacimiento del ajedrez en la India, más concretamente en el Valle del
Indo, y data del siglo VI d. C. Nos cuenta que el inventor del ajedrez fue un
brahmán llamado Sissa Ben
Dari, que lo creó para distracción y ocio de un rey, y fue tal el éxito que
alcanzó entre los miembros de la corte, que el rey le concedió al inventor la
posibilidad de elegir la recompensa que quisiera.
El brahmán, para darle al rey una
lección de humildad, solicitó que le fuera concedido un grano de trigo por la
primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera y seguir
así doblando la cantidad hasta totalizar las 64 casillas del tablero.
En un principio, el rey se rió de él
por lo poco que pedía y por lo mucho que podría haberle dado. Pero esa sonrisa
burlona no le duró mucho tiempo, ya que pronto sus consejeros le advirtieron de
que lo que le había pedido el inventor no se lo podían conceder, pues no había granos
suficientes en todo el reino, ya que la cifra ascendía a
18.446.744.073.709.551.615 granos de trigo, los cuales tardarían en ser
recogidos 1.173.055.797 siglos.
Esta leyenda continúa narrando que
el rey y su corte se quedaron estupefactos ante los cálculos estimados, y éste,
por primera vez, se veía ante la imposibilidad de cumplir una promesa. Acto
seguido, Sissa renunció públicamente a su pedido y
llamó la atención del monarca con estas palabras: «Los hombres más precavidos
eluden no sólo la apariencia engañosa de los números, sino también la falsa
modestia de los ambiciosos (...). Infeliz de aquel que toma sobre sus hombros
los compromisos de honor por una deuda cuya magnitud no puede valorar por sus
propios medios. Más previsor es el que mucho pondera y poco promete». Estas
inesperadas y sabias palabras quedaron profundamente grabadas en el espíritu
del rey, el cual, olvidando la montaña de trigo que le prometió al joven
brahmán, lo nombró su primer ministro.
Concluye la leyenda diciendo que Sissa, al tiempo que distraía al rey con ingeniosas
partidas de ajedrez, le orientó también con sabios y prudentes consejos,
ayudándole a prestar los más grandes servicios a su pueblo.