El amor de Morphy

 

Cuenta esta historia que cuando el genial Paul Morphy era todavía un adolescente de 16 años y estaba estudiando en el Colegio San José de Alabama conoció a una linda muchacha, hija de un hortelano que cuidaba sus tierras, y se enamoró rápida y perdidamente de ella.

Pero Paul había llegado tarde. Un rival imponente se oponía a sus proyectos amorosos. Se trataba de su propio primo Ernest, dos años mayor que él y  también vecino de la damita, de quien estaba prendado. Esto era suficiente motivo para que surgieran las consabidas pláticas de familia, que Paul esquivó desafiando a Ernest a un match de ajedrez a seis partidas, cuyas condiciones eran:

1º- Las partidas se jugarían con la apertura forzada del Gambito Evans, de moda en aquel entonces.

2º- Paul daba ventaja de tiempo, disponiendo tan sólo de un minuto de reflexión para cada jugada, mientras que Ernest, podía pensar cuanto quisiera; de este modo se equilibrarían las fuerzas.

3º- El vencedor tendría derecho en usufructo a los presuntos favores de la linda muchacha, sin que el vencido pudiera oponerse a su rival con una competencia ilícita.

Acordadas pues, estas condiciones, se jugaron el amor del deseado tesoro en el campo del honor del ajedrez. La victoria correspondió a Paul, quien derrotó cuatro veces a su adversario primo, perdiendo solamente una partida y haciendo otra tablas.

Pero esta victoria no se completó en el terreno de Eros, pues al comunicar Paul a la dama sus pretensiones, gracias al triunfo logrado, obtuvo de respuesta unas calabazas del tamaño de una catedral. Y cuenta la tradición que no paró todo en eso, sino que el futuro suegro que casualmente presenciaba la escena desde oculto lugar, propinó al galán una serie de coscorrones, a guisa de jaque perpetuo, que a no salir en desesperada fuga, se malogra allí para siempre aquel genio del ajedrez mundial

 

 

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