Cuenta esta historia que, en 1.936,
el vigente campeón mundial Max Euwe,
realizaba un largo viaje en tren para disputar un fuerte torneo en una famosa
ciudad centroeuropea, cuando, para entretenerse, se puso a leer el periódico.
En una de las páginas había un problema de ajedrez y nuestro campeón se dispuso
a resolverlo y quiso el destino que su desconocido compañero de viaje fuera un
aficionado al ajedrez que, al darse cuenta que Euwe
estaba leyendo la página de ajedrez y, sin reconocer al ilustre viajero, le
comentó:
-
Veo que es aficionado al ajedrez
-
Sí – contestó Euwe
- Y ¿juega usted habitualmente?
- De vez en cuando – le respondió modestamente el campeón.
- ¿Qué le parece si, para pasar el tiempo, jugamos unas partidas?
Euwe, que era una
persona muy educada y modesta por no ser descortés, aceptó a jugar con él y,
obviamente, le derrotó fácilmente todas las partidas que jugaron.
El desconocido viajero, que aún no
sabía quien era su adversario dado que a Euwe no le
gustaba salir en la prensa ni ser fotografiado, por lo que su cara no era muy
conocida por el gran público, estaba totalmente desconcertado
-
No sé lo que me ocurre hoy – dijo a modo de excusa – No he
conseguido derrotarle ni una sola vez y eso que a mí me llaman el Euwe de mi pueblo.
Euwe se limitó a sonreír y su adversario nunca supo que había jugado contra el Campeón Mundial.