Cuenta la leyenda que durante la
conquista española de Perú, en el siglo XVI, el Gran Jefe de los Incas
Atahualpa, que se encontraba prisionero de los conquistadores, llamó un día a
su capitán, y le dijo que llamase a Hernando Pizarro, que era el hermano del
conquistador Francisco Pizarro, ya que quería verlo para jugar una partida de
ajedrez. Hernando, al verle le dijo que debía partir la mañana siguiente y se
negó a jugar. Pero Atahualpa insistió en
jugar, pues era muy aficionado, y Hernando terminó accediendo aunque le
advirtió que le ganaría de nuevo como en
anteriores ocasiones lo había hecho.
Todo esto lo hablaban a
través de signos y de algunas palabras que Atahualpa había aprendido con él,
pues le tenía en gran estima. Entonces Atahualpa le dijo que si le había
vencido la primera vez, fue porque en al principio del juego le había cogido la
dama, estando él enfermo cuando creían que iba
a morir como su padre, y que con cada partida era más fuerte como los
Incas que volvían a reinar cada 1000 años. Consintió Hernando en jugar y se
sentó frente a Atahualpa, pues era de los pocos a quienes el Inca permitía
estar así frente a él.
Y como al principio fue ganando Atahualpa, se sorprendió y le dijo que le
sorprendía que Pizarro dejase atrás sus alfiles, y Pizarro le contestó que los
guardaba para luego. Y así pasó la noche y fue la partida más larga que jugaron
en todo el tiempo en que Atahualpa estuvo prisionero, pero al llegar el alba
Pizarro había hecho que las piezas de Atahualpa jugaran en su contra, y sus
caballos habían avanzado hasta muy cerca del rey, al que solo le quedaban en
defensa los curacas, que así llamaba Atahualpa a sus peones.
Llegaron entonces a avisar a Pizarro
que era la hora, que debían partir, y en eso tiró Atahualpa su rey, y le dijo a
Pizarro que le había hecho todo el juego con sus caballos, pero al final le
había matado con un alfil. Y tubo gran pena y tristeza en su corazón el Inca y
lloró y le dijo que no se fuera, que le iban a matar si él se marchaba, y
Pizarro le dijo que no temiera, que le daba su palabra que viviría, y tomando
el rey que Atahualpa había tirado se fue.